Al admitir la extinción de la infancia moderna, que debía
transcurrir entre la casa familiar, la escuela y las veredas del barrio, entre
la vida pública y el mundo privado, se parte de un supuesto y de la
constatación de una pérdida que indica que esa infancia tuvo un status
histórico y que la crisis de la modernidad barrió con ella. La imposibilidad de
"salvar" a la infancia no se vincula sólo con la insuficiencia de las
políticas y de los consensos sociales, sino con las tendencias que se expresan
en las luchas genealógicas entre adultos y jóvenes.
En los proyectos de la modernidad la educación de la niñez
fue una de las estrategias nodales para la concreción de un orden social y
cultural nuevo que eliminara el atraso y la barbarie del mundo medieval y
colonial. Un imaginario del cambio cultural y social que favoreció la
significación de la infancia a partir de la concepción de la niñez como germen
de la sociedad política y civil del futuro, y de su escolarización como
garantía de un horizonte de cambio social y de progreso.
Sarmiento consideraba al niño como un menor sin derechos
propios, que debía subordinarse a la autoridad disciplinaria del maestro y de
los padres; pero a la vez lo consideraba una bisagra con la sociedad futura.
Sostuvo que el niño ante la razón es un ser incompleto porque su juicio no está
todavía suficientemente desenvuelto. La educación moderna del siglo XIX en la
Argentina se debatió entre la pedagogía naturalista de Rousseau, quien concebía
al niño como prolongación del mundo de la naturaleza y cuya educación
"negativa" (con escasa intervención del adulto) posibilitaría la
constitución de un sujeto autónomo, y la pedagogía social de Pestalozzi,
obsesionada por la creación de un método de enseñanza de la lectoescritura que
facilitara la educación de masas de niños pobres por un único maestro.
Hasta la primera mitad del siglo XX las historias políticas
y las historias de la educación se habían ocupado de describir la emergencia de
los estados-naciones, pero volviendo invisibles a las generaciones de niños que
transitaban por las fábricas o las escuelas, minimizando el impacto de las
concepciones sobre el niño en el cambio histórico. La historia de la infancia
está atravesada por las luchas políticas, las ideologías y los cambios
económicos.
El punto de coincidencia entre los historiadores radica en
localizar en la modernidad, entre los siglos XVII y XVIII, la emergencia de un
nuevo tipo de sentimientos, de políticas y de prácticas sociales relacionadas
con el niño. Las tesis básicas de Aries, señalan que, a diferencia de la
sociedad tradicional, que no podía representarse al niño y en la que predominaba
una infancia de corta duración, en las sociedades industriales modernas se
configura un nuevo espacio ocupado por el niño y la familia que da lugar a una
idea de infancia de larga duración y a la necesidad de una preparación especial
del niño.
Aries describe la experiencia francesa, en la cual comenzó,
entre los siglos XVII y XVIII, la "retirada de la familia de la calle, de
la plaza, de la vida colectiva, y su reclusión dentro de una casa mejor
defendida contra los intrusos. La experiencia inglesa analizada por Stone,
quien describe los cambios entre 1500 y 1800 en las familias de la alta
burguesía de los pueblos y de la baja nobleza del país a partir de la aparición
de un sentido de privacidad doméstica que acompaña el aislamiento del núcleo familiar
y produciendo una transferencia parcial de las funciones de la Iglesia a la
familia.
La experiencia argentina de los siglos XVIII y XIX. Según el
historiador Cicerchia, en el 1800 había familias nucleares y familias extensas,
y "ello anuncia en la Argentina una voluntad general de constituir
familias pequeñas". Los debates en torno a la sanción, en 1884, de la ley
1420, por la cual se estableció la obligatoriedad escolar, reflejaron las
polémicas acerca de las concepciones vigentes sobre la familia y la ubicación
del niño en un orden privado y público en la etapa de fundación del sistema
educativo. El reconocimiento de los derechos de los menores fue el argumento
que esgrimió el liberalismo laico para imponer la obligatoriedad de la
educación pública. Este debate se agudiza hoy, cuando están cuestionados los
límites entre lo público y lo privado. La cuestión en juego no es cómo imponer
a los padres la obligación de enviar a sus hijos a la escuela, sino cómo el
Estado puede seguir siendo el garante principal de la educación pública.
María Victoria Alzate Piedrahita.(enero de
2002).Concepciones e imágenes de la infancia. Recuperado el 08 de
septiembre de 2020 de https://repository.unad.edu.co/bitstream/10596/4863/1/514517%20infancia.pdf
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