Desde la
aparición de la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN), se cree y se
confía, por lo menos en un entramado estrictamente jurídico de que existe una
idea unificada sobre la infancia y el niño en cada uno de los países que la suscribieron. De hecho,
que toda su vida se resume en la postulación del sujeto de derechos. No
obstante, la cuestión no es tan sencilla como parece en lo que se entiende como
una definición unívoca sobre la infancia, en especial, cuando de ella se espera
una nueva forma de interacción entre el mundo adulto y el infantoadolescente.
Al respecto, lo primero que habría
que decir es que en la cotidianidad presente somos testigos de diversas
manifestaciones y producciones discursivas y sentimentales sobre la infancia que
por lo general pasan desapercibidas para nosotros. En esencia, en “las
sociedades contemporáneas existen como mínimo tres grandes espacios
privilegiados para la construcción de imágenes sobre la infancia”. En primer
lugar, en todas las relaciones y dinámicas familiares aparecen en los
mecanismos, expectativas y tratos de los padres hacia sus hijos, una o varias
ideas concretas sobre la infancia. En segundo lugar, en las interrelaciones que
como adultos, e incluso como jóvenes desarrollamos con la población
infanto-adolescente ejercemos un patrón, una idea, o una actitud sobre la
infancia. Finalmente, los medios de comunicación masifican pautas de relación y
visiones determinadas sobre la infancia.
+Conozca
el libro Escuela y concepciones de infancia
Así las cosas, podría decirse que en
la interacción social se elabora, media y reproduce una definición múltiple o
pluridimensional sobre infancia, o para ser más precisos variadas versiones de
infancias según la familia, la escuela, la cultura, la política y los espacios
geográficos. En efecto, antes de la promulgación de la CDN existía en el
universo legal una definición general del niño como objeto de tutela de parte
del Estado y un conjunto de sentidos comunes en el mundo doméstico que lo
tildaban como un sujeto prescindible, vacío, peligroso e incapaz. Ahora, con
todo y la elaboración legal de la infancia como portadora de derechos, muchas
de estas percepciones se mantienen vivas, tanto a nivel mental como práctico en
la educación, la crianza, y en las resistencias estatales para validar sus
atributos jurídicos.
De tal modo, el inicio del texto se
propone evidenciar y mostrar que ninguna teoría, visión, ley y paradigma sobre
infancia tiene un carácter universal y es cien por ciento parte de las
relaciones que se dan entre los adultos y los niños. Esto resulta
principalmente porque la infancia supera las propias imágenes, representaciones
o “lugares comunes” que el individuo posee, incluso las de los propios
especialistas y gentes cercanas a la infancia como los padres de familia, los
educadores, los jueces, los pediatras; y todos aquellos lectores de la CDN que
la estudian sin tener en cuenta las pistas históricas y las representaciones
sociales sobre la infancia.
¿Por qué se dice esto? En esencia,
porque la infancia más que algo asible y estático, corresponde a las
dimensiones de la representatividad social y de la estructura social. Es decir,
la infancia, primeramente es todo aquello que “cada sociedad, en un momento
histórico dado, concibe y dice que es la infancia”. En seguimiento a esta idea
la infancia son más cosas de las que nos imaginamos; pueden ser suposiciones,
aciertos científicos, definiciones jurídicas, discursos pedagógicos. Al fin y
al cabo, todo aquello a lo que le damos prioridad cognitiva y materializamos en
la acción con un niño.
Ahora bien, que la infancia se estime
como una representación social significa que lejos está de ser una cuestión
natural o determinada al crecimiento físico. Su real significado entra a escena
como una construcción social, puesto que, las infancias son al fin y al cabo
las condiciones comunes atribuidas al conjunto de individuos que reconocemos
como niños y que toman forma en normas, reglas, conductas y actitudes hacia
ellos diferenciadamente en cada período temporal y en cada sociedad en
específico.
+Conozca
la Colección Infancia
Es por esto, que por más que se
piense una infancia ideal, la realidad social experimenta una amplia gama de
ellas marcada por los procesos de socialización e inculturación respectivos de
toda sociedad; por ejemplo las consideraciones de la infancia en la cosmovisión
andina peruana y boliviana, pueden ser diferentes de las configuraciones sobre
la infancia en Norteamérica, o de las propias comunidades indígenas
centroamericanas. En cada una el niño puede ser entendido y criado
heterogéneamente.
Por otra parte, la infancia también
resulta ser una categoría estructural integrada en toda la organización social,
a saber, está presente o conforma toda sociedad. Con mayor claridad, a pesar de
que los niños devengan en adultos, la infancia continúa, existe en el núcleo de
la sociedad; simplemente se reconfigura con nuevos niños61.
Esta
concepción es fundamental para el propósito del inicio del curso, ya que, con
la regeneración de la infancia surgen dos cuestiones para no perder de vista:
1) cada 60 CASAS, Ferrán. Infancia y representaciones sociales. Revista
Política y Sociedad. Vol. 43. Número 1. 2006. p. 29. 61 La infancia es una
“estructura permanente en cualquier sociedad, aunque los miembros de esa
estructura se renueven continuamente…” GAITAN, Lourdes. El bienestar social de
la infancia y los derechos de los niños. Política y Sociedad, 2006,
Vol. 43 Núm. 1. p. 67. infancia es distinta a su predecesora a nivel de
individuos, 2) cada infancia es distinta en la medida de cambios sociales,
culturales, económicos y jurídicos.
Por lo tanto, la infancia como la
sociedad misma se transforma. Nunca ha sido la misma o se ha establecido
perennemente en la conciencia adulta. Cada época tiene una noción o una imagen
general sobre el niño. Al respecto, existe un consenso amplio referido a que el
reconocimiento del niño occidental como un sujeto diferente al adulto es
sumamente reciente, es más que la construcción del niño como un sujeto permeado
por la protección y cuidado adulto no tiene más de cinco siglos. Partamos de
que en las culturas antiguas occidentales como la egipcia, la fenicia y la
griega se utilizaba a los niños en ritos funerarios y en sacrificios humanos en
honor de los dioses, basados en la idea esotérica de porvenir y de privilegios
en lo mundano gracias a la muerte del infante62. O, que lo que se
institucionaliza hoy como instinto materno tenía cimientos muy débiles, o una
racionalización precaria en el sentido de que los hijos eran delegados al
cuidado y a la alimentación de nodrizas desde el mismo momento del nacimiento,
casi hasta finales del siglo XVIII.
Particularmente, “la infancia es un invento moderno y nunca antes ha gozado del protagonismo y la protección que se le dispensa actualmente” por medio del derecho internacional63. Esto tiene asiento en la indiferencia y visibilización tardía del niño como un sujeto particular por el adulto. Téngase en cuenta que hasta finales de la edad media, promediando el siglo XV la infancia sería algo así como una transición leve o de corta duración sin ningún tipo de importancia para la sociedad medieval. La idea del niño era inexistente tal y como lo evidencia Philipe Ariés al encontrar una débil presencia del “niño como niño” en las iconografías del arte medieval. De manera general, si el individuo superaba la mortalidad y era inmune a la insalubridad de la época se consideraba ya un sujeto activo de la sociedad, al punto que se incorporaba a las tareas diarias de un adulto en la producción de bienes y servicios.
De tal forma, la representación de
protección reglamentada en el enfoque de derechos que emana de la CDN carga una
historia ligada a la desprotección y a la invisibilización del niño que no
puede ser negada antes de estudiarla. Es preciso reconocer que antes de
cualquier discurso y reglamentación de derechos de la niñez y adolescencia,
mucho antes de la ilustración la “infancia no era más que un pasaje sin
importancia, que no era necesario grabar en la memoria; […] si el niño moría,
nadie pensaba que esta cosita que desaparecía tan pronto fuera digna de
recordar: había tantos de estos seres cuya supervivencia era tan
problemática... El sentimiento que ha persistido muy arraigado durante largo
tiempo era el que se engendraban muchos niños para conservar sólo algunos”64.
Entonces, cómo y cuándo nace la
visión del niño como un sujeto diferente y valorizado. Justamente en pleno
decaimiento de las monarquías absolutas y del período conocido como el “antiguo
régimen”. Es hacia el siglo XVIII, en plena emersión de la sociedad burguesa
que vienen a darse dos fenómenos centrales para el futuro del niño: su
descubrimiento como individuo específico y un sentimiento destinado en
exclusivo para él.
Estos dos procesos aparecen como
resultado de una moralización y cristianización de las costumbres medievales de
las familias a cargo de eclesiásticos, legistas e investigadores que la obligan
a ir dejando, poco a poco, el rol clásico de otorgar ciertos saberes para la
supervivencia, transmitir apellidos y la propiedad, para pasar a interesarse
por el niño y a formar un lenguaje de mimos y afectos. Con ánimos de sintetizar
el descubrimiento de la infancia en mención nombramos tres de sus
particularidades:1) el niño es reconocido en su especificidad psicológica y
social, una muestra de ello es el interés por su jerga y expresiones para
nombrar el mundo; 2) el niños es valorizado en la vida familiar y social, tanto
así que se presta atención a su salud y a su higiene; 3) el niño es idealizado
por aspectos que se estiman como naturales: la ternura, la inocencia, etc. Por
el lado del sentimiento de la infancia sus principales características son: 1)
una nueva actitud hacia el niño expresada en el cariño; 2) un complemento a la
nueva actitud resguardada en la severidad y en la educación.
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