Se ha nombrado a la escuela como agente
socializador pero no se puede dejar de resaltar a la familia como el primer
agente socializador del niño y la niña. La familia es el primer mundo social
que encuentra el niño y la niña, y a través de este agente se los introduce en
las relaciones íntimas y personales, y se les proporcionan sus primeras
experiencias, como la de ser tratados como individuos distintos.
Igualmente se convierte en el primer
grupo referencial de normas y valores que el niño adopta como propias y que en
el futuro le ayudarán a emitir juicios sobre sí mismo. Todas estas experiencias
sociales que los niños y niñas vivencian dentro del núcleo familiar son la base
para la formación de su personalidad. La familia es la responsable del proceso
de transmisión cultural inicial y su papel principal es introducir a sus
miembros en las diversas normas, pautas y valores que a futuro le
permitirán vivir en sociedad, porque es allí donde se aprenden por primera vez
los tipos de conductas y actitudes consideradas socialmente aceptables y
apropiadas según género. Es decir, en la familia se aprende a ser niño o niña.
Cuando se habla de educación infantil
es necesario pensar en los actores o categorías que la conforman: infancia,
escuela y familia. El modelo ecológico del desarrollo humano (Bronfenbrenner,
1979, citado por Jaime Sarramona, 1980) sostiene que los niños y niñas se
desarrollan en contextos interconectados, entendiéndose por ellos la familia y
la escuela, y que éstos influyen sobre su desarrollo. Es en la familia y la
escuela donde los niños y las niñas preescolares pasan la mayor parte del
tiempo. Los adultos, como modelos, tienen influencia sobre el desarrollo y el
comportamiento infantil y estas experiencias marcan la pauta para el
comportamiento en su vida posterior, por ejemplo, aquellos niños/niñas que han
tenido una relación de apego y seguridad con sus padres probablemente
desarrollarán con sus compañeros y con los profesores relaciones marcadas por
el afecto y la seguridad, y si por el contrario, las relaciones infantiles se
enmarcan en un clima de inseguridad y desconfianza, estas estarán factiblemente
en sus relaciones futuras.
La educación infantil no sólo se
realiza en el contexto escolar, sino que es compartida con el contexto
familiar, teniendo en cuenta los cambios que han sucedido en ambas
instituciones. Hace 50 años la inmensa mayoría de niños y niñas menores de 6
años únicamente se desarrollaba en el contexto familiar y desde otras
experiencias informales de carácter extrafamiliar, pero en ningún caso desde
contextos diseñados para promover su desarrollo. Es importante anotar que uno
de los grandes cambios que ha marcado la familia es la incorporación de la
madre al ámbito laboral. Tradicionalmente, en el medio familiar y social el grado
de compromiso que tiene la madre es satisfacer las necesidades básicas de los
hijos a través de la alimentación, el afecto y la estimulación intelectual y
sensorial. Su presencia en el hogar crea las bases afectivas necesarias para
que los demás miembros crezcan con estabilidad emocional, seguros de sí mismos
y con valores que les permitan ser más autónomos y transparentes en sus
relaciones interpersonales.
La madre cumple con una serie de roles
específicos que surgen de las tareas que realiza tradicionalmente dentro de la
familia. A la mujer se le ha atribuido desde lo biológico hasta la
responsabilidad de brindar afecto a los hijos.
Los espacios que crea la madre en el
cumplimiento de su rol le permite tener mayor acercamiento y oportunidad para
manifestar el afecto a los hijos. Sin embargo, en el seno familiar las madres
realizan el trabajo doméstico y es cada vez más frecuente que
paralelamente desplieguen su capacidad y fuerza de trabajo para vincularse a
labores adicionales. Existen múltiples factores por los cuales las madres se
ausentan del hogar para trabajar. Generalmente por las dificultades económicas
que no le permiten cubrir los gastos del hogar, ya sea para complementar los
ingresos del padre o como madre cabeza de hogar. Esta situación afecta
notoriamente la dinámica familiar. De todas maneras, en este panorama surgen
muchos interrogantes. Para las madres esta situación no es fácil, pues la
familia demanda de la madre una gran dedicación de tiempo, energía, atención y
amor. Si la ausencia de la madre ha sido prolongada y no cuenta con un
reemplazo afectivo adecuado, los hijos sufrirán un trastorno en su desarrollo
afectivo, cognitivo y conductual que le dificultará posteriormente establecer
relaciones sociales.
Es de anotar los resultados del estudio
Tiempo de la madre y calidad de los hijos, realizado por el Centro de Estudios
sobre Desarrollo Económico (Cede) de la Universidad de los Andes, donde las
investigadoras López y Rivero (2003) concluyen que el impacto no está en el
hecho de que ellas trabajen, pues el trabajo contribuye a que los menores
tengan beneficios en educación, salud y recreación, sino en el tiempo que le
dedican a sus hijos y que éstos cuenten con una figura filial en el hogar. Esas
condiciones extras aseguran una permanencia en la escuela, la posibilidad de
que tengan mejores resultados académicos e incluso que cuenten con un mejor
desarrollo emocional y físico. Las investigadoras Diana López y Rocío Rivero,
al analizar las variables asistencia - extraedad, encuentran que una madre que
trabaje más de las ocho horas reglamentarias producirá en su hijo, hija un
efecto negativo, que va a presentar falencias educativas. De esta manera
estaría expuesto a perder el año escolar o a abandonar la escuela. Lo anterior
ocasionaría el estatus extraedad (años de retraso de los niños con respecto al
grado que deberían cursar de acuerdo con su edad).
También, que la presencia de las
madres más educadas es más efectiva en el hogar, especialmente tiene impacto en
los hijos varones, ellas dan alternativas de cuidado más eficientes a sus
hijos. “Piensan dos veces con quién los van a dejar –explica López–, en cambio,
las madres menos educadas, no pueden darse ese lujo. Los dejan con sus
hermanos, un familiar o solos”.
En ese mismo orden, una de las
necesidades de los seres humanos y muy especialmente de los niños y niñas
pequeños, es tener las condiciones donde puedan relacionarse con otros de su
misma edad y mayores. Donde además se les de oportunidad para experimentar
situaciones y sentimientos que le den sentido a su vida, y de esta manera
reencontrar y reconstruir el sentido como experiencia vivida y percibida,
condiciones necesarias en una comunidad. A la concepción de infancia es
necesario darle la importancia y reconocer su carácter de conciencia social,
porque ella transita entre dos agentes socializadores la familia, como primer
agente socializador y la escuela, como segundo agente que en estos tiempos
donde la mujer ha entrado a participar en el mercado laboral, asume un rol
fundamental. Ambas cumplen un papel central en la consolidación y reproducción
de esta categoría. “La Educación Infantil complementa al hogar proporcionando
la asistencia y educación adecuadas para la promoción del desarrollo total del
niño. Ha de ser punto de formación no sólo del niño, sino de la familia” (Juan
Sánchez., Presidente de la Asociación Mundial de Educadores Infantiles,
2002).
Desde este punto de vista, el hogar y
la escuela deben brindar situaciones que transfieran consecuencias positivas
para el desarrollo del niño o niña, ya que cada situación puede facilitar la
adquisición por parte del niño de diferentes habilidades y competencias
necesarias para su desarrollo y buen desempeño en la sociedad.
Leonor Jaramillo. (08 de diciembre de 2007). Concepción de infancia.ZONA PRÓXIMA Nº 8. Recuperado el 08 de septiembre de 2020 de http://rcientificas.uninorte.edu.co/index.php/zona/article/view File/1687/1096
RECUPERADO DE; https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSEEEDdF6ogsJdgRHq_ZVkeS2WNL7hD0sjvvKUA-NQSUl7m0ynM4YbIklYO63lVpJJFO4QdLGzKbNIOWyXxreBUs33v2zMYJZwxD21wC60YoEZ6c7poPOXmD5KJ1o5bmC6-WosglnDTJ4/s640/12-concepto-de-la-infancia-jaramillo-10-638.jpg
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